La luz de un rayo iluminó las páginas del libro que mantenía en jaque mis nervios un párrafo tras otro. Relamía cada frase con una tranquilidad impaciente que dejaba un sabor dulzón entre mis dientes, sílaba a sílaba pronunciaba como si estuviera interpretando el papel de mi vida y es que cuando leo en voz alta mi voz inunda la habitación transportándome a la realidad impresa en sus hojas. Un punto y aparte a pie de página hizo que mis ojos se desviaran hasta la ventana, las lágrimas destiladas seguían cayendo pero esta vez con una fuerza inusual.
Siempre dije que un libro se puede semejar a una amigo; cuando lo conoces puede caerte bien o desear que vuestras vidas no coincidan nunca más, puede que con un mortal entre los raíles del tiempo hagan que nuestra decepción realice acto de presencia en escena o que nuestro cariño hacia él sea mas abundante.
Se podría decir que este es uno de esos de los que no quieres sepárate porque sus anécdotas sacan lo mejor y a la vez lo peor de nosotros.
Volví a abrir el libro para reencontrarme con mi impaciencia, que había dejado presa entre cadenas de estructuras sintácticas.
Una hoja me separaba del final de la historia por lo que mis nervios tensaban poco a poco hasta llegar a parecer barras de metal incandescentes, la última frase recobró vida entre los huecos que dejaban mis neuronas y con una danza rítmica desaparecía por mis labios.
-Espero que la encuentres amigo.
Cerrando el libro apoyé la cabeza sobre el regazo del dios Sueño y con una sonrisa en los labios me dejé llevar entre nubes de azúcar y ríos de crema de leche surcados por una pequeña embarcación de galleta y chocolate.