8 de junio de 2013

Desnudo.

A veces al cerrar los ojos, vuelven a la retina insultos lejanos que aun perduran en la memoria, enquistados, demasiado clavados en la carne que todavía cicatriza , que aun sangra en ocasiones. Rápidamente los abro y acudo apresurado a cualquier superficie reflectante, me miro, la barba, la nariz y los ojos más grandes sin esas gafas horrorosamente redondas, me repito una y otra y otra vez `` eso ya pasó, eres otra persona´´.

Nunca, nunca hablé ni mencioné siquiera éste tema, lo aparté, pensé que si me callaba se esfumaría como lo hace el vaho en el cristal del coche, pero no, no sirvió para nada, sigue aquí conmigo y dudo que se vaya. Recuerdo los sudores fríos, los gritos en silencio para que nadie lo supiera.

No fue hasta el segundo año de instituto cuando las conocí, supieron decirme, sin palabras, no hacían falta, lo que valía. Doy las gracias todos los días porque aun siguen en mi vida... y ahora soy yo, el que les dice su peso en oro. No las mencionaré, ellas saben quienes son.

En cierto modo doy las gracias por todo aquel horror, sin él no sería la persona que me devuelve la mirada desde el reflejo.

La sensación que tengo en éste instante se asemeja mucho a la que se tiene cuando se para en seco tras correr kilómetro y medio, cansancio, agotamiento, orgullo por lo que has corrido y vértigo por lo que aun te queda por correr.

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